EN COLABORACIÓN CON  

FERNANDO BRYCE, MARTÍN KOVENSKY Y FREDI CASCO 

TEXTO | JOSÉ EMILIO BURUCÚA

Permanencia | 16.08.24 – 30.09.24 

Rolf Art | Esmeralda 1353 

Buenos Aires, Argentina 

Rolf Art se complace en anunciar la exposición MARTIRIO de Marcelo Brodsky (b.1954, Argentina), en colaboración  con los artistas Fernando Bryce (b.1965, Perú); Martín Kovensky (b.1958, Argentina) & Fredi Casco (b.1967, Paraguay);  apoyada por una investigación y enfoque conceptual de José Emilio Burucúa (b.1946, Argentina) y Carles Guerra  (b.1965, España). El evento de inauguración tendrá lugar el viernes 16 de agosto a partir de las 6pm en la galería  Rolf Art, Esmeralda 1353, Buenos Aires, Argentina. 

La narrativa visual de Marcelo Brodsky se erige en la investigación e intervención de imágenes de archivo, reinscribiendo  y señalando hechos históricos, revelando capas de sentido solapadas por el devenir de la historia. 

En su interés vital por preservar la memoria, y asintiendo la inminente crisis medioambiental, reconociendo a la naturaleza  como sujeto de derechos humanos, Marcelo Brodsky en colaboración con Fernando Bryce concibieron TERRITORIOS (2022) en su residencia artística compartida en el Espacio 23, Colección de Jorge Pérez en Miami, USA. La obra rinde  tributo a diez dirigentes latinoamericanos asesinados por defender la naturaleza, sus comunidades locales y los derechos  humanos. En el centro de la pieza se ensancha la figura de Túpac Amaru descuartizado, que en una correspondencia  entre el cuerpo del mártir y el territorio latinoamericano, conceptualiza la sensación colectiva de fragmentación física  despuntada por la degradación de los ecosistemas y la impotencia de toda ideología o perspectiva política para  remediarlo. 

La representación del mártir desató una investigación sobre la colonización epistemológica en América Latina, que  configura los fundamentos de la exposición MARTIRIO. Las obras buscan esclarecer la génesis de las imágenes del  desmembramiento de Túpac Amaru, su pregnancia en el imaginario colectivo de la sublevación, resonando con las  dinámicas de vigilancia y control articuladas por Michel Foucault. 

MARTIRIO sugiere como cada imagen, a través de su historicidad, acumula sucesivas implicancias. Señala cómo las  representaciones y relatos visuales dominantes perpetuaron una ficción en la

epresentación e imaginario de nuestra  cultura y su historia. Estos relatos pueden estar cargados de una espontánea mitificación popular; y otras como un signo  velado de colonización transversal. Al firmar Brodsky estas piezas, la única geografía situada que resalta es la de una  diagonal “América”, un continente marcado por el martirio de sus valientes. 

La propuesta se completa con las obras realizadas en colaboración con Martín Kovensky y Fredi Casco, que hacen eco  en la actualidad. 

La exposición, de entrada libre y gratuita, podrá visitarse de lunes a viernes de 11 a 19 horas, desde el 16 de Agosto al 30  de septiembre de 2024 en las salas de la galería Rolf Art, Esmeralda 1353, Buenos Aires, Argentina.  

¡Agradecemos su interés y difusión sobre nuestra propuesta de exhibición y esperamos recibirlos en la exposición!

EL FIN DE LA ICONOGRAFÍA DE UNA CRUDELÍSIMA  ABERRACIÓN HUMANA 

José Emilio Burucúa 

El descuartizamiento de un ser humano fue un método para ajusticiar condenados desde la Antigüedad. A veces  podía ejecutarse sobre el cadáver de un reo ya muerto, como forma de desprecio y de profanación del cadáver. En  tales casos, se suponía que el alma del descuartizado sufriría los tormentos aplicados a sus despojos y se sentiría  desgarrada hasta desaparecer o bien sentiría dolores terribles (psíquicos, imaginarios si bien devastadores) por  toda la eternidad. Una forma muy difundida del suplicio era la aplicada al ser humano vivo cuyas extremidades  se ataban a caballos u otras bestias de tiro. En el sudeste asiático, solía usarse un elefante amaestrado que  pisaba al condenado sin matarlo, para arrancarle luego, uno a uno, los cuatro miembros y aplastarle la cabeza  o directamente decapitarlo. En China, el descuartizamiento o, mejor dicho, el corte minucioso del cuerpo en  rebanadas recibía el nombre de ling-chi y su aplicación se reservaba para quienes hubiesen atentado gravemente  contra el orden social, que se identificaba asimismo con el orden cósmico; el ling-chi fue abolido por decreto  imperial en 1905. Pero, insisto, la forma más ordinaria fue la del tironeo de brazos y piernas con caballos a los  que se castigaba y azuzaba hasta separar los miembros del tronco. Un mártir cristiano, san Hipólito, padeció  probablemente el descuartizamiento durante la persecución del emperador Maximino el Tracio en el año 235.  La representación del hecho se propagó en la Europa de la baja edad media, desde el retablo en mármol de  1225-1250 que lleva su nombre y está ahora en el Museo del Louvre o la miniatura que representa su martirio en  el manuscrito iluminado de la Vie des Saints, obra de Richard de Montbaston del siglo XIV, hasta el magnífico  tríptico pintado por Hugo van der Goes y Dieric Bouts en Flandes en 1468 (Brujas, Museo de la Catedral). 

En Occidente, la idea detrás del método no debió de ser muy diferente a la de China, pues siempre fue aplicado  a los magnicidas, regicidas y cabecillas de grandes rebeliones contra los monarcas. A menudo bastaba el intento  de asesinar al rey, aun cuando no tuviese éxito, para ser descuartizado. En la Inglaterra medieval, parecería  haber prevalecido el desmembramiento del muerto que conllevaba el envío de sus partes a los cuatro puntos  cardinales del reino y un paseo de su cabeza cortada. Así ocurrió en 1242 con Guillaume du Marais desde la  Torre de Londres, por haberse alzado en 1238 contra Enrique III de Inglaterra. Siguió esa misma suerte el galés  Dafydd ap Gruffydd en 1283 debido a su rebeldía armada contra Eduardo I. Se ve que este monarca tenía  cierta preferencia por el método, pues mandó se le aplicara al noble escocés William Wallace en 1305, también  culpable de alzamiento. La película Braveheart, protagonizada por Mel Gibson y galardonada con cinco Óscares  en 1995, relató la vida y el suplicio de Wallace. Fue un film muy exitoso, inspirador del movimiento ultraderechista  de la Lega Nord en Italia, pero ni Umberto Bossi, su fundador en 1991, ni su actual conductor, Matteo Salvini,  sufrieron (hasta ahora) el destino de Braveheart. Extrañas paradojas de las ideologías y de los resultados.  

Del siglo XVI al XVIII, probablemente haya sido Francia el reino europeo más proclive a aplicar la pena capital  que nos interesa. Nicolás de Salcedo, noble francés de origen español, fue acusado de haber conspirado para  llevar a cabo tres magnicidos, los de: Guillermo de Orange, el duque de Anjou y el rey Enrique III de Francia.  Salvo el del duque de Orange (sublevado a su vez contra Felipe II de España), los otros dos atentados fracasaron.  Pero el monarca francés no salvó la vida en el ataque del monorcómaco Jacques Clément, ocurrido en 1589.  Clément fue descuartizado. En 1610, François Ravaillac apuñaló al rey Enrique IV de Francia y fue ejecutado a los  pocos días del asesinato mediante el desmembramiento con caballos. Robert François

Damiens intentó matar a  Luis XV en 1757 y sufrió idéntica pena que la de Ravaillac. De ambas atrocidades se conservan los grabados que  las representaron y se hicieron circular por toda Francia. 

Por último, la sublevación de José Gabriel Condorcanqui Noguera contra el poder español en el sureste del Perú  culminó de forma semejante. Se ve que los Borbones (Enrique IV, Luis XV y Carlos III de España, rey cuando se  produjo la rebelión de Condorcanqui) tenían una cierta propensión a blandir el descuartizamiento en los casos  de rebeliones antimonárquicas. José Gabriel era descendiente del último rey del Tahuantisuyu, Túpac Amaru I,  de ahí que fuese llamado Túpac Amaru II por los nuevos quechuas insurrectos. Lo cierto es que, tras la derrota de  Túpac Amaru II en 1781, el heredero de los incas fue ajusticiado en la plaza mayor de Cusco. Hubo de presenciar  la ejecución de toda su familia por ahorcamiento y garrote antes de padecer, él mismo, el descuartizamiento. La  corpulencia y la resistencia de Túpac Amaru II impidieron que los caballos pudiesen desmembrar su cuerpo con  vida. José Antonio de Areche, visitador enviado por el rey Carlos III, ordenó entonces que el insigne rebelde,  héroe de la libertad y protomártir de la emancipación americana, fuese decapitado. Los cuerpos muertos de  Túpac Amaru, su esposa Micaela Bastidas y otros siete parientes fueron descuartizados. Los restos se enviaron  a sitios cercanos y remotos y se exhibieron durante meses a través de todo el virreinato del Perú.  

La continuidad del horror fue claramente percibida por los perpetradores. A la hora de representar en imágenes  la ejecución del quechua Tupac Amaru II, el dibujante y grabador español copió, prácticamente sin más variantes  que los nombres de los textos explicativos, el grabado que se imprimió a propósito de la muerte del francés  Damiens, protagonista del atentado fracasado contra Luis XV. Las obras de Marcelo Brodsky han invertido la  valencia de aquellas representaciones concebidas para amedrentar y aterroizar a los pueblos pues, aun cuando  han multiplicado la representación y el recuerdo de tales atrocidades, no agregan un eslabón a la serie maldita  sino que, al contraio, hacen reverberar la imagen para mantener la tristeza en la memoria, cerrar para siempre  esa cadena y conservarla tan sólo como un ciclo acabado de la maldad humana. Que así sea.